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viernes, 25 de enero de 2013

Antifilósofo


"Y no obstante nunca lo quise, aunque a menudo lo admirara. Detestándolo, nunca me fue indiferen­te. No era de esa clase de seres que se puede ver pasar a nuestro lado con indiferencia: instantáneamente nos atraía o nos repelía, y por lo general de los dos modos a la vez. Había en él como una fuerza magnética, que podía ser de atracción o de repulsión, y cuando entraban en su zona de influencia personas contemplativas o vacilantes como yo, eran sacudidas, como las pequeñas brújulas que entran en regiones convulsionadas por tormentas magnéticas. Para colmo, era un individuo cambiante, que pasaba de los más grandes entusiasmos a las más profundas depresiones. Ésa era una de sus cien contradicciones. De pronto razonaba con una lógica de hierro, y de pronto se convertía en un delirante que, aun conservando todo el aspecto del rigor, llegaba has­ta los disparates más inverosímiles, disparates que sin em­bargo, le parecían conclusiones normales y verdaderas. De pronto le gustaba conversar brillantemente, y en cierto mo­mento se convertía en un solitario al que nadie se habría atrevido a dirigirle la palabra. Mencioné, creo, la palabra "lujuria", entre las que podrían caracterizar su condición; y sin embargo en algunos momentos de su vida se entregó a un ascetismo repentino y durísimo. Unas veces era contem­plativo, otras se entregaba a una frenética actividad. Yo lo he visto en Capitán Olmos, de chico, cometer actos de horrible crueldad con animales indefensos y luego en actitudes de ternura que eran totalmente incompatibles. ¿Simulaba? ¿Era una representación que hacía ante mí, movido por su ironía, su cinismo? No lo sé. Había momentos en que parecía admi­rarse con un narcisismo que repugnaba, y al instante repetía sobre sí mismo los juicios más despreciativos. Defendía a América y luego se reía de los indigenistas. Cuando, arras­trado por sus epigramas o sarcasmos a propósito de nues­tros proceres, alguien agregaba alguna minúscula contribu­ción, era aniquilado en seguida con una ironía de signo opuesto. Era todo lo contrario, en suma, de lo que se estima por una persona equilibrada, o simplemente por lo que se considera una persona si lo que diferencia a una persona de un individuo es cierta dureza, cierta persistencia y coheren­cia de las ideas y sentimientos, no había ninguna clase de coherencia en él, salvo la de sus obsesiones, que eran rigu­rosas y permanentes. Era todo lo opuesto a un filósofo, a uno de esos hombres que piensan y desarrollan un sistema como un edificio armonioso; era algo así como un terrorista de las ideas, una suerte de antifilósofo. Tampoco su cara permanecía idéntica a sí misma. La verdad es que siempre pensé que en él habitaban varias personas diferentes. Y aunque sin duda era un canalla, me atrevería a afirmar que sin embargo había en él cierta especie de pureza, aunque fuera una pureza infernal. Era una especie de santo del in­fierno."

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